EDUCAR BIEN CON TOMÁS DE ANDRÉS TRIPERO

13 abr 2007

EL BEBÉ PUEDE OLER EL AMOR Y EL RECHAZO

Nuevas claves para comprender el desarrollo infantil temprano

Resumen.

Partiendo del concepto de “calidad del apego” de S. Bowlby y de M. Ainsworth, y teniendo en consideración los recientes descubrimiento sobre el olfato y la precocidad de los sistemas perceptivos, comunicativos y adaptativos del recién nacido, se ofrecen las claves del reconocimiento olfativo del grado de calidad del vínculo recién establecido entre madre y niño. Hay un reconocimiento sensorial - en un inicial y trascendental período crítico -del afecto, o de su ausencia, que podría resultar determinante para el posterior desarrollo cerebral del neonato.

Abstract.

Starting of the concept of "quality of the attachment" of S. Bowlby and of M. Ainsworth, and having in consideration the recent discovery on the olfaction and the precocity of the perceptive, communicative and adaptatable systems of the newborn, the hypothesis of a possible smell recognition of the level of quality of the recently established bond settled down between mother and child. There would be a sensorial recognition - in an initial and trascendental critical period - of the affection, or of its absence, that could be decisive for the later cerebral development of the newborn.


Nadie dudaría de que el afecto temprano sea básico para un buen desarrollo infantil. Esto lo hemos sabido siempre. Pero ahora tenemos las claves científicas necesarias, no sabemos si son aún suficientes, para mantener hipótesis que en algunos momentos podrían considerarse arriesgadas.

La historia se remonta a los primeros pasos dados por un médico y psicoanalista británico: John Bowlby que poseía una significativa experiencia clínica con niños que se encontraban con grandes dificultades y necesidades afectivas. Esta situación le condujo a preocuparse, de una manera novedosa en su momento, por la correlación entre la privación afectivo-maternal y sus efectos en el desarrollo emocional posterior.

De esta manera llevó a cabo el desarrollo de una teoría sobre los vínculos afectivos que aportaría a la psicología del desarrollo la idea original de una “pulsión”- en el sentido psicoanálítico - de apego primario que dio lugar al fructífero y popular concepto del niño recién nacido como buscador de figuras de apego afectivo. El apego se manifestó sí como “un tipo muy especial de relación socia tempranal” entre el bebé y su inmediato entorno afectivo. De esta manera se establece lo que se denominó “vínculo de afecto” (Bowlby, 1969), condición indispensable para que el desarrollo nervioso de los primeros días pudiera transcurrir con normalidad.

Fue de esta manera como el apego comenzó a interpretarse novedosamente, como un factor decisivo de la emoción infantil a lo largo del primer año. Todos los avances cognitivos afectivos y psicomotores del primer año significaban para Bowlby la aparición de un complejo sistema coordinado de percepciones, emociones biológicas, destrezas y capacidades para obtener, a toda costa, un intenso contacto del niño con su madre. Este proceso fue descrito, según este autor, por una serie de fases continuadas tales como: sensibilidad social indiscriminada, sensibilidad social diferenciada y, finalmente, apego centrado en la figura materna.

Una mujer llamada Mary Ainsworth contribuyó valiosamente a la verificación experimental de muchas de las hipótesis y teorías de Bowlby, así como a difundirlas con unas renovadas perspectivas que fueron muy útiles y necesarias para crear nuevas hipótesis sobre esta decisiva cuestión. M. Ainsworth y su equipo de colaboradores (1978) aportaron ideas nuevas sobre la calidad de los procesos infantiles de adaptación, particularmente sobre el tema de la calidad del apego. Como la calidad de la conducta de apego puede resultar muy variable, en virtud del tipo y de las características de las influencias exteriores, diferenció básicamente entre apego seguro o inseguro.
También suponía, por otra parte, una novedosa aportación para la psicología temprana, la idea desarrollada por ella del miedo primitivo al extraño.

Main y Salomón (1986), continuando por esa misma línea de trabajo nos brindaron la idea de apego desorganizado o desorientado; una precisión conceptual que ha dado sus frutos experimentales en trabajos recientes (Hertsgaard y otros, 1995)

Todas las aportaciones de la investigación actual reconocen, sin lugar a dudas, una sorprendente y extraordinaria antelación y precocidad de los sistemas sensoriales, comunicativos y adaptativos del neonato.

El niño se reconoce hoy, en efecto tal y como señalaran Bowlby y Ainsworth, como un diligente, dinámico y eficiente buscador de figuras de apego, una actividad que se manifiesta como expresión de una necesidad primordial y original que garantice la supervivencia biológica.

Hoy día y sobre la base de significativos estudios científicos podemos afirmar, sin lugar a dudas, que el sistema sensorio-perceptivo-atencional y comunicativo del recién nacido, a través del cual interpreta la calidad de sus primeros vínculos adaptativos, parece encontrarse mucho más adaptado, capacitado y organizado de lo que en un principio se había erróneamente considerado.

En mi opinión, el apego se va ir configurando sobre el fundamento de la valoración instintiva que el bebé hace sobre la calidad de su inserción medioambiental y en relación con ella.

Esta circunstancia le va a proporcionar esa vital “experiencia subjetiva de seguridad básica” necesaria en los primeros pasos de la vida humana. En caso contrario, una peligrosa inseguridad temprana podría tener importantes consecuencias para el desarrollo neurológico y psicológico posterior.

Las últimas investigaciones de Richard Axel y Kristen Scott en Columbia y de Charles Zuker en la universidad de California (2004) - basadas en estudios anteriores de Peter Clyne y John Carlson de la Universidad de Yale –, sobre la lógica olfativa y gustativa de insectos y mamíferos, subrayan la desatendida, por no decir despreciada, contribución del canal olfativo como una fuente muy precoz, elaborada y compleja de discriminación y de información neurológica que remonta sus orígenes a más de quinientos millones de años y que viene predeterminada por una familia recién descubierta de genes que codifican los receptores gustativos y odoríferos.

Recientemente se empieza a descubrir, de la mano de estos investigadores, cómo los insectos y los mamíferos han sido capaces de reconocer determinados olores camuflados en un ambiente de decenas de miles de olores diferentes. Capacidad que se ha mantenido, como un recurso de adaptación y supervivencia, a lo largo de toda la evolución de las diferentes especies, incluida, naturalmente, la humana

Por otra parte, estudios recientes con bebés revelan que, ya muy precozmente, son capaces de disponer - a través de una eficaz representación del mundo sensorial en su cerebro - de indicaciones perceptivo-sensoriales muy sutiles y precisas para organizarse una imagen de su medio y actuar sobre él. Muy pronto, efectivamente, asimilan el olor, el sabor, el aspecto visual y los sonidos de quienes les tratan, protegen, amparan y atienden.

Probablemente también, añado, serán capaces de tener una percepción olfativa de quienes les maltratan y les desatienden.

Numerosos experimentos sobre la olfacción en el recién nacido, manifiestan que, desde la primera semana postnatal, los recién nacidos pueden desarrollar una memoria olfativa funcional apta para la captación de un diverso repertorio de moléculas olorosas volátiles emitidas por el pecho de la madre durante el período de lactancia, de tal manera que la areola podría cumplir una función básica de comunicación olfativa con el bebé.

La areola es, en efecto, una parte fundamental del cuerpo materno que entra en contacto diario con el epitelio olfativo del niño, en el techo de la cavidad nasal, y que dispone de unos cinco millones de neuronas olfatorias que distinguen las diferentes sustancias odoríferas, las interpretan y transmiten la consiguiente información al cerebro. Por su parte la areola, con sus glándulas sudoríparas, corpúsculos de Montgomery y glándulas lactíferas, como estructura orgánica goza de una disposición odorígena muy particular que, de hecho, cumple – según sostenemos - una decisiva función de comunicación olfativa compleja.

Su extraordinaria disposición vascular, con una temperatura notablemente más elevada que la del resto del pecho, permite que sea factible la adecuada evaporación de las moléculas olorosas. Se trata, además, de un medio de difusión térmica que es capaz de dar respuesta condicionada al estímulo exógeno del llanto del niño, facilitando, desde un punto de vista ecológico, el apego y la creación del vínculo afectivo-biológico.

Por tanto no cabe duda de que la madre es olfativamente reconocida a través de ese complejo reconocimiento de señales quimio-sensoriales que son captadas, organizadas y reconocidas por los receptores odoríferos, proteínas receptoras que se encuentran en unos cilios presentes en la superficie celular neuronal. Este reconocimiento ha sido recientemente descubierto por medio de complejas técnicas de biología molecular, Cada neurona olfatoria del epitelio se cubre de unos 10 cilios que se proyectan sobre un mucus muy fino situado en la superficie celular. Tales cilios seleccionan y agrupan las moléculas odoríferas para organizar la información que transmiten al cerebro.
Se trata, por tanto, de neuronas que distinguen las diferentes mezclas de sustancias odoríferas que dan lugar a los olores.

Esa información es de importancia vital para estimular y optimizar esa comunicación con el bebé, facilitando el apego y el contacto psico-físico. Hay una capacidad de discriminación de la información olfativa que requiere de los correspondientes mecanismos sinápticos y neuronales para que el bebé sea capaz de distinguir e interpretar por el olfato qué tipo de receptores han sido activados por un determinado olor.

Se trata de una información que es representada por el cerebro en desarrollo del niño y, en nuestra opinión, éste se haya por tanto en condiciones de identificar si su nicho odorífero proporciona o no un ambiente ecológicamente favorable: “un ambiente de calidad olfativa” necesario para superar un período especialmente crítico del desarrollo temprano.

Partiendo de estos supuestos – y esta es una de nuestras más significativas conclusiones - sería más que posible suponer que los lactantes, de muy pocos días, o simplemente recién nacidos, podrían, a través de los glomérulos olfatorios activados que informan al cerebro, detectar, por el olfato, la indiferencia afectiva, el rechazo, o la agresividad, si la hubiere, de sus madres; naturalmente también la atención, la dedicación y el afecto biológico.

Serían capaces, por lo tanto, de codificar una determinada configuración odorífera que conduciría a comportamientos específicos de integración o de rechazo del medio ambiente con el que interactúan. Serían capaces, por tanto, de aprender y asociar determinados olores con sus correspondientes estímulos sensoriales. Vemos cómo quienes cuidan al bebé ofrecen, de esta manera, estímulos sensoriales sobre los que el niño cree su particular “sistema de categorías” para valorar la calidad de su inserción medioambiental. Su- diríamos - “performance” ambiental.

En esta línea nos aventuramos a establecer la hipótesis de que tal vez pudiera darse un período crítico, con mayor significación a partir de la primera semana, durante el cual el bebé podría encontrarse en condiciones de "evaluar" instintivamente sus propias condiciones ambientales de seguridad, o dicho de otra manera, que fuera capaz de percibir, de "oler el afecto o la inseguridad", lo que avalaría las hipótesis iniciales de los autores anteriormente referidos al respecto.

Se trataría de lo que se hemos propuesto y designado como un "test biológico de inserción medio-ambiental". Los resultados negativos de la prueba podrían ser determinantes de muchos trastornos de comportamiento, emocionales y afectivos posteriores. (Andrés, 2003-2004)

Quizá de este modo podrían ser detectadas hasta las formas más sutiles de rechazo de la madre hacia el bebé, tratadas por R. A. Spitz (1945) en su conocido libro: “The first year of life”.

La hipótesis de los períodos críticos sugiere, tal como indicamos, la posibilidad de que el cerebro de un animal posee una estructura que se encuentra determinada, configurada, por los estímulos externos recibidos durante el período neonatal. Durante un determinado período crítico el patrón de actividad neuronal generado por tales aferencias, positivas o negativas, podría incluso condicionar las conexiones tálamo-corticales posteriores y los estudios neurológicos sobre la sensibilidad olfativa como medida del deterioro cognitivo no han hecho más que comenzar.

Lo que sí se ha podido constatar es que las aferencias negativas, de toda índole, provocan un incremento del estrés como respuesta a la sensación de falta de control ambiental. Estrés que, expresado en incapacidad atencional, hiperactividad, impulsividad y ausencia de autocontrol sobre el entorno, puede llegar a ser perfectamente observable en los niños más pequeños. Lo que parece indiscutible es que a mayor control de la situación menor estrés.

La relación entre apego, afecto temprano y desarrollo de la personalidad ha sido, de este modo, desvelada por la psicología temprana y la neurobiología actual. También por nuestros recientes descubrimientos del genoma humano, en el que al menos un cinco por ciento de los genes podrían cumplir misiones de discriminación y de comunicación olfativa.


Para saber más sobre este tema:

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