EDUCAR BIEN CON TOMÁS DE ANDRÉS TRIPERO

18 sept 2007

LA MEMORIA DE LOS BEBÉS

¿Pueden recordar los bebés? ¿Podemos recordar las experiencias vividas durante nuestro primer año?

Prof. Tomás de Andrés. Dptº de Psicología del desarrollo y de la educación de la U.C.M.
e-mail: tomandre@edu.ucm.es


El recién nacido necesita de estímulos adecuados, dentro de los márgenes sensatos de la estimulación, ni poca ni excesiva, para su primer desarrollo cerebral. Por ello, los dos primeros años de vida son de especial importancia para el desarrollo de las redes neuronales de comunicación del cerebro, para el desarrollo de su personalidad y de sus capacidades intelectivas.

Durante el primer año utiliza sus sentidos para organizar sus experiencias y a partir de los tres meses comenzarán a ser capaces de relacionar lo que ven con lo que oyen, con una precisión que irá en aumento. ¿Te habías dado cuenta de que los bebés se pasan la mayor parte de su primer año escuchando y siguiendo con detenimiento todo lo que ocurre a su alrededor, mirando el mundo para ver cómo funciona? Muchas de esas cosas observadas, - sonidos, imágenes, sabores, olores y sensaciones táctiles -, pasarán a ser elementos significativos de su memoria primera. Para bien o para mal. Lo que explicaría que siendo mayores detestemos ciertas experiencias sensoriales y que nos sintamos atraídos por otras.

Las primeras acciones de un bebé son de carácter reflejo, pero a medida que éstos se adaptan a la experiencia se van adquiriendo los primeros hábitos; los primeros ejercicios que logran que, por repetición de las acciones, el cerebro reciba información no sólo de lo que el cuerpo va siendo capaz de hacer sino también de cómo se siente al hacerlo.

La memoria, esa función psíquica superior que permite la retención temporal de la información, empieza durante el desarrollo del primer año a codificar habilidades y sensaciones físicas y motrices. Si tiene hambre no succionará cualquier cosa: ya sabe, o recuerda, que sólo los pezones le pueden calmar esa sensación, que el chupete le entretiene y le alivia pero no le alimenta…

Después de los tres meses los bebés interactúan con personas y objetos buscando sensaciones interesantes; son capaces ya, a los cuatro, de recordar que determinado juguete o comida o presencia humana, no sólo siguen existiendo cuando no son percibidos sino que pueden además proporcionarle más o menos placer. Su memoria les permite anticiparse a las situaciones y esperar de ellas los resultados previstos.

El impulso de sus destrezas motoras y sensoriales durante el primer año les va a permitir una búsqueda activa de las situaciones y cosas deseadas pero también el encuentro inevitable con sorpresas desagradables y frustraciones.

Se aprende a prestar atención y a recordar lo que me gusta y lo que no, lo que me proporciona alegría o me pone triste, El recuerdo se hace cómplice de lo que somos y de lo que no somos, se hace partícipe en definitiva, del nacimiento de nuestra incipiente personalidad. A los tres años somos básicamente, en lo que a nuestra personalidad se refiere, lo que seremos a partir de entonces y a lo largo de la vida.

Evidentemente y de manera directa en el bebé funciona la llamada “memoria implícita”, una memoria muy sujeta a la adaptación sensoriomotriz, a la experiencia del entorno, especialmente durante el primer año. Una memoria orientadora que facilita la supervivencia y la superación de los errores.

Pero, curiosamente, los adultos tenemos muchas dificultades para recordar acontecimientos que van más allá del tercer año a no ser que se trate de algo que los familiares nos han contado o que hemos visto en imágenes familiares recogidas en nuestra infancia más tierna.

Este fenómeno natural recibe el nombre de “amnesia infantil”, no hace falta que nadie borre nuestros recuerdos como algunos pretenden ahora; los recuerdos, por gracia o desgracia, se suelen borrar solos. Se borran porque ya han cumplido la función de formar las bases de nuestra conciencia y de nuestro pensamiento o porque algunos nos hacen daños y somos capaces - solitos o solitas - por nuestros propios medios neuronales, de mitigarlos.

No sabemos si con las actuales pretensiones de castración cerebral, en esos dudosos (dudosos desde la perspectiva de la bioética) intentos farmacológicos de suprimir los malos recuerdos en un área del córtex prefrontal, se llegará a eliminar también la sombra que esos primeros recuerdos infantiles dejaron en el dibujo de los claro-oscuros de nuestra inicial personalidad.

Porque aunque hasta el segundo año no podamos hablar de “memoria explicita”, aquella que se hace consciente del pasado de los hechos y experiencias concretas, esas experiencias han dejado la huella sobre la que caminará en el futuro nuestra forma de ser.

Sí, las vivencias, experiencias, situaciones, acontecimientos de nuestro primer año suponen los cimientos, no visibles, pero indispensables de la arquitectura de las regiones de nuestro cerebro implicadas en el proceso de la memoria que sirvió, entre otras cosas, para dar los perfiles más íntimos a nuestra más oculta personalidad.

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6 sept 2007

AUTO AYUDA Y CONQUISTA RACIONAL DE LA FELICIDAD: RECORDANDO A ALBERT ELLIS

Prof. Tomás de Andrés. Dptº de Psicología del desarrollo y de la educación de la U.C.M. e-mail: tomandre@edu.ucm.es


A finales de Julio del 2007, con 93 años, murió en Manhatan, el paraíso en la tierra de los psicólogos clínicos, Albert Ellis. Había nacido en Pittsburg en 1913.

Ellis fundó el instituto que lleva su nombre y en el que tuvo que litigar amargamente en sus últimos años para no ser desalojado del mismo.

Este destacado psicólogo fue, en la década de los 50, autor y responsable del desarrollo de uno de los muchos recursos de auto ayuda que alcanzaron gran éxito entre sus consumidores clínicos y pacientes: la llamada “terapia racional emotiva conductual” o “Rational Emotive Behavior Therapy”, “R. E. B. T.” en sus siglas anglosajonas. Esta terapia parte de la convicción - que plenamente comparto - de que son nuestras propias ideas irracionales sobre nosotros mismos y nuestro entorno las que perjudican seriamente nuestras vidas y las causantes decisivas de los trastornos neuróticos de la personalidad.

Con su trabajo contribuyó a consolidar la reconocida “terapia cognitiva conductista” que ha supuesto el mayor referente de la práctica clínica psicológica para combatir los estados de miedo, los traumas infantiles o la depresión entre los seres humanos, superando en aceptación a la “terapia humanista” de Carl Rogers.


Frente a los largos y costosos psicoanálisis practicados por los seguidores, más o menos ortodoxos, de S. Freud - que exigían el reencuentro con las experiencias infantiles traumáticas- proponía, de acuerdo con las exigencias de los nuevos tiempos, una terapia más a corto a plazo, con una satisfacción positiva y con resultados más inmediatamente visibles para reorientar los impulsos emocionales dañinos.

Así pues, la recuperación del pasado, el empeño freudiano por encontrar necesariamente en la conciencia de la propia infancia el origen de nuestras dificultades psicológicas, podría resultar interesante pero se trataría de un esfuerzo demasiado engorroso para reparar los apuros, conflictos y sufrimientos emocionales presentes.

Desde su perspectiva cognitiva había que ayudar a los pacientes, que sufrían de algún tipo de neurosis o temor fóbico, para que comprendieran, en primer término, lo que realmente les sucedía y posteriormente enseñarles a superar las ideas irracionales, los errores absurdos de pensamiento que dañaban sus vidas y modificar, finalmente, su conducta hacia planteamientos personales más racionales y saludables. De este principio se desprenden dos de sus obras más interesantes: “How to live with a neurotic” (“Cómo convivir con un neurótico”) o “A new guide to racional living” (“Una nueva guía para vivir de un modo racional”). Se trata de obras de voluntad constructiva positiva que persiguen el empeño de superar los problemas afectivos y emocionales mediante el uso de la razón como el más eficaz de los recursos terapéuticos.


Ese es a mi modo de ver el gran aporte de las terapias psicológicas cognitivas: poner al sujeto en disposición de ser capaz de entender racionalmente, de manera rápida, práctica y eficaz, lo que les está sucediendo en sus vidas, de poner orden racional en sus emociones, precisamente en esos momentos en los que más requiere de la ayuda de los especialistas.

Consciente también de que la psicología no podía dejar a un lado la problemática familiar, social y económica escribió un libro para la conquista de la satisfacción matrimonial: “A guide to successful marriage” (“Guía para un matrimonio feliz”) Una guía para lograr, desde un compromiso mutuo de fidelidad, el éxito y el ajuste social y personal.

Pero Ellis tenía claro que sin una dosis de auto ayuda, de voluntad personal, de acción decidida, de aceptación personal incondicional por parte del paciente, para enfrentarse con sus propios traumas, con sus lesiones psicológicas más dolorosas, poco se podría realmente llegar a hacer; pero de lo que también estaba seguro, como yo mismo lo estoy, es de que ese empeño tenía que ser propiciado y orientado por el propio terapeuta.

Y es que la auto ayuda sirve, pero sirve de poco si no se desenvuelve en un contexto psicológico clínico de calidad.

Cuando el paciente se decide a afrontar sus conflictos, con el libre uso de sus facultades racionales, necesita del apoyo inicial del especialista para no desfallecer y acertar con el camino adecuado para superarlos.

Es el especialista quien le proporcionará las claves de entendimiento necesarias para descubrir las trampas de la propia irracionalidad que impiden su progreso, el camino de salida de su complejo laberinto emocional. Generalmente puede tratarse de neurosis que tienen su origen en las perturbaciones de las relaciones humanas, que tan a menudo se manifiestan en formas diversas de rivalidad destructiva, debilidad del propio carácter, complejo de inferioridad, envidia o menosprecio de los demás, y que parten de una insana concepción irracional del entorno y de la propia existencia personal.

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