EDUCAR BIEN CON TOMÁS DE ANDRÉS TRIPERO

19 jun 2007

HOMOSEXUALIDAD Y CRIANZA. MÁS ALLÁ DE LOS PREJUICIOS.

Con junio llegan los exámenes y también “el día del orgullo gay”. Pero más allá de lo festivo y de lo anecdótico los nuevos tiempos nos invitan a ver cómo cada vez hay un mayor número de parejas homosexuales y lesbianas, que practican el derecho, inalienable para cualquier ser humano, con conciencia y dignidad de serlo, de formar una familia y, consecuentemente, criar hijos.

Los y las hay que deciden adoptar y quienes tenían ya niños de un anterior matrimonio homosexual que acabó en divorcio por razones evidentes. Hay quien elige la posibilidad de acudir a la inseminación artificial. Los padres o las madres pueden ser solteros/as o haber optado por una pareja del mismo sexo o de diferente, pero también homosexual.

El tema de la custodia puede representar situaciones problemáticas en esta circunstancia ya que hay padres y madres que la han perdido precisamente por declararse homosexuales, independientemente de ser mejores o peores que sus anteriores parejas heterosexuales. El prejuicio en estos casos puede ser determinante de los hechos.

No sabemos el dato estadístico, si alguien puede proporcionárnoslo lo agradecería, de qué tanto por ciento de lesbianas y homosexuales son padres, qué porcentaje de lo uno y de lo otro y cuál puede ser el total de padres y madres de esta orientación en España. ¿Hay más madres lesbianas que padres homosexuales? Parece que en los Estados Unidos podría haber más de un millón de padres y madres, cifra que seguiría creciendo.
Generalmente siempre que se trata esta cuestión se hace desde posturas ideológicamente comprometidas aunque se declare, con la boca pequeña, el intento de objetividad. Yo lo voy a hacer desde esa república educadora que aspira a no tener más principio que la libertad y la dignidad de todos los seres humanos de bien.

Lo que más suscita controversias es el tema de la crianza, de la orientación de la personalidad y de la sexualidad de los hijos.

Si pensamos que la homosexualidad paterna va necesariamente a condicionar la orientación de los hijos, partiendo del mismo argumento tendría que haber sido imposible que aparecieran hijos homosexuales de un matrimonio heterosexual.

Lo cierto es que se han descubierto pocas diferencias, ninguna significativa, entre niños que han sido criados por madres lesbianas y padres homosexuales y los que se desarrollan en el seno de una familia heterosexual. En ambas circunstancias es posible ayudar a desarrollar su dignidad y asegurar un ambiente familiar armónico y estable. Y desde luego los niños que crecen en familias homosexuales no tienen ningún tipo de problemas para tener una orientación heterosexual, si esa es su tendencia de base, apego familiar y social o una relación emocional estable en el seno de un hogar socialmente armónico.

No parece haber ningún problema en que estas personas, que han sido consecuentes con su opción afectiva, puedan ofrecer un clima familiar favorable, en el que los niños tengan la posibilidad de experimentar una imagen positiva de sí mismos y de su entorno.

Niños que son perfectamente aceptados por otros, en el grupo escolar, y con los que mantienen relaciones sanas de intercambio con sus iguales.

Y si hay prejuicios, rechazo o impulsos agresivos aislados de algún compañero contra ellos, hay que decir que se trata de actitudes que claramente son condicionadas por unos adultos que tratan de superar su propio complejo de inferioridad odiando todo aquello a lo que irracionalmente temen.

Los problemas de adaptación o de salud mental de los niños y de los adolescentes nada tienen que ver con la afectividad o la sexualidad de los padres o de las madres, tienen otras causas y motivos desdichados que por desgracia abundan más que las nuevas opciones de relación y crianza.

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7 jun 2007

CUSTODIA COMPARTIDA

Custodia compartida: solución y garantía de la seguridad emocional infantil en situaciones de divorcio de los padres.

Es realmente difícil mantener a los niños al margen de los conflictos que puedan tener los padres: discusiones, tonos airados, tensión emocional y ambiental que deberían ser minimizados en la presencia infantil. La facilidad y rapidez para acceder al divorcio hace que esta solución a la conflictividad entre la pareja sea una realidad social cada vez más permanente.

En otra ocasión hablaremos de cómo contribuir a aplacar las tensiones entre hombre y mujer que conviven juntos pero ahora voy a ocuparme de las consecuencias psicológicas de esta situación en la infancia.

Es ya muy normal encontrar niños de padres divorciados en los centros escolares, incluso los hay que ya han vivido una situación de divorcios y transiciones familiares múltiples, con ambientes cambiantes y con lo que esto supone para sus especiales necesidades adaptativas: aparición en escena de nuevos hermanos o adultos y ambientes sociales y culturales diferentes y extraños.

Pero ahora voy a referirme a los niños de edad escolar.

Por dos razones: primero porque suele ser a esa edad, más o menos, cuando en los casos de hastío de la relación se puede llegar a producir la ruptura de la pareja y, segundo, porque es esta una edad especialmente sensible a los cambios que puedan producirse respecto a la armonía y estabilidad dentro del hogar.

Los ocho años, por ejemplo, es una edad existencialista especialmente difícil. Han alcanzado una capacidad intelectual muy poderosa pero carente de experiencias madurativas, comienzan a ser especialmente sensibles a los sucesos trágicos que puedan acontecer, comprenden ya el significado de la muerte de personas queridas en toda su extensión, y lo que más temen es la ausencia, separación o ruptura de algún progenitor. Necesitan sentirse seguros, con un ambiente hogareño rutinario, protector y previsible para poder desarrollar en su más amplia dimensión sus nuevas capacidades cognitivas y sociales.

Muchas veces me preguntan si es mejor permanecer juntos por el bienestar de los hijos a pesar de sufrir un matrimonio infeliz o conflictivo.

Desde luego si se trata de casos de maltrato cotidiano físico o psicológico, de enfrentamiento continuado y de amargura evidente, lo mejor es romper cuanto antes el vínculo.

El estrés terrible de los pequeños en estas circunstancias, que padecen la impotencia de no poder controlar su ambiente, no hace sino aumentar su ansiedad y depresión.

La falta de rendimiento escolar en niños que no habían fracasado con anterioridad, el decaimiento de sus habilidades motrices, la aparición de signos psicosomáticos novedosos y la tristeza, así como las respuestas auto agresivas o contra otros, pueden ser los síntomas más evidentes de esta situación.

Involucrarles en el conflicto, presionándoles para tomar partido, ya sea por su padre o su madre, empujándoles a modificar sus afectos positivos, es una de las mayores crueldades, después de la agresión directa, que se puedan cometer contra un niño que, además de encontrarse sometido a una grave tensión emocional y afectiva, carece todavía de los suficientes recursos para entender y hacerse con la situación.

Los niños no pueden resolver los problemas de los adultos y éstos no deben empujarles a tomar actitudes de personas mayores, ni situándolos a su mismo nivel como colegas y confidentes - necesitan una figura superior que les haga sentirse seguros -, ni aproximándose a ellos con un tipo de afectividad física y psicológica similar a la que se brinda a un compañero o compañera. Esta actitud es propia de padres inmaduros e infantilizados que poca o ninguna ayuda puede ofrecerles y que, desde luego, ellos mismos necesitan ayuda.

Lo ideal sería siempre que los padres estuvieran felices y satisfechos. Pero aunque la relación se rompa siempre seguirá siendo posible la cooperación mutua y el apoyo solidario.

Lo mejor es un divorcio en el que los padres mantengan una relación cordial, en el que ambos se sientan responsables de la solución de los posibles problemas que puedan planteárseles a sus vástagos, el resultado es el de una mejor adaptación social y escolar de los hijos.

Los estudios psicológicos más recientes llegan a la conclusión de que los niños de familias con custodia y crianza compartidas se adaptan, posteriormente al divorcio, mejor que los niños de familias con custodia individual.

En cualquier caso el año posterior al divorcio suele resultar el más difícil y por ello ambos cónyuges deben de encontrarse más predispuestos para ayudar a los niños. La ayuda profesional del psicólogo/a especializado/a también puede contribuir a hacer más fácil la separación para todos.

Las consecuencias dependerán también del tipo de carácter y personalidad que ofrezca la criatura, así como de la calidad anterior de su crianza. Los niños más maduros y responsables presentarán menos problemas de comportamiento aunque eso no significaría que podrían presentarse también dificultades de ansiedad o depresión.
Hay que decir, por otra parte, que la mayoría de los niños de familias divorciadas no tienen por qué tener, necesariamente, graves problemas de adaptación, si se cumplen las circunstancias anteriormente señaladas.

La vida de los niños no se encuentra libre de padecimientos psicológicos y suelen ser los adultos, en muchas ocasiones, los principales responsables. Pero tanto unos como otros se encuentran necesitados de ayuda y atención. La orientación psicológica es buena y necesaria para los escolares, para los adolescentes, pero también para los adultos. Hay muchas personas psicológicamente perdidas, que no reconocen que necesitan ayuda o se sienten avergonzadas de declarar su desorientación. Cada vez hay más abandono y soledad en un mundo en el que parece que no debería faltar la compañía, todo va demasiado deprisa, poco importa que los demás lo pasen mal, preocuparnos por ello resultaría engorroso y no reporta beneficios materiales. Pero quizá lo más importante de todo sea lo que menos se reconoce como tal: expresar a tiempo nuestros sentimientos y encontrar una mano tendida.

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